Año 1974. El general Augusto Pinochet apareció por una de las puertas del Palacio Portales de Santiago de Chile. Lucía una capa similar a las que ostentaban los oficiales de Hitler. Ocultaba sus ojos con unas gafas de lentes oscurísimos. En un salón esperaban los integrantes de la selección que representaría a Chile en el mundial de Alemania. El encuentro de los futbolistas con el dictador se celebró en el edificio Diego Portales porque el Palacio de La Moneda estaba semidestruido. La aviación de los golpistas fue implacable con la casa presidencial. Los jugadores fueron alineados como si fueran a una revista militar. Pinochet los saludaba de manos. El goleador Carlos Caszely miró hacía otro lado. El golpista quedó con la mano extendida. Un gesto contra la dictadura.
“El Chino” como llamaban a Caszely era idolatrado por el pueblo chileno. Razones había: fue el máximo artillero de la Copa Libertadores de 1973 -el año del golpe- vistiendo la casaca del mítico Colo Colo y en 1979 fue elegido como el mejor jugador de la Copa América. Su madre había sido detenida y torturada por los golpistas. Caszely se retiró en 1985 ante ochenta mil espectadores que abarrotaron el Estadio Nacional de Santiago, el mismo lugar en que fueron detenidos, torturados y asesinados cientos de chilenos. Pinochet va a caer, coreaban las gargantas.
La extrema derecha de estos tiempos (extrema derecha 2.0) no necesita propinar un golpe sanguinario como el de Pinochet para alcanzar el poder. Lo consiguen mediante las urnas. Pero los objetivos son los mismos: aplicar la receta neoliberal, favorecer los intereses de una elite apátrida y sobreexplotar a la clase trabajadora. La manipulación, la mentira y la charlatanería son sus principales armas. Las redes sociales sus vehículos. Poseen sólidos centros de pensamiento y una musculatura financiera que les permite alienar a la sociedad, transformando en imbéciles a millones de votantes. Una sociedad idiotizada es presa fácil para un embaucador de extrema derecha que promete un nuevo y mejor país.
La izquierda, por regla general, propone a los electores un programa de mínimos para llegar por escalas al programa máximo. La extrema derecha, en cambio, propone el máximo de su programa. Inocula en la sociedad ideas disparatadas, rupturistas y seductoras:
“America first” (Donald Trump)
“El error de la dictadura fue torturar y no matar” (Jair Bolsonaro)
“De ser un animal, la Unión Europea será una langosta” (Boris Johnson)
“Hace mucho tiempo que dejó interesarme el mundo del dinero” (Sebastian Piñera)
“Necesitamos centros de deportación” (Mateo Salvini)
La verborrea no basta para dirigir un país.
Donald Trump no cumplió ninguna de sus promesas, en cambio debilitó al modelo de democracia norteamericano, dinamitó los consensos sociales y devaluó el papel de los Estados Unidos ante el mundo. Jair Bolsonaro facilitó la destrucción de cientos de hectáreas en La Amazonía, hizo que miles de brasileños murieran por su desastroso manejo de la peste y convirtió al gigante Brasil en una pequeña nación. Boris Johnson con su delirante campaña por el Brexit llevó a que los residentes de Inglaterra hagan largas colas para conseguir un galón de gasolina o que se limpien el trasero con papel periódico porque el higiénico escasea en los supermercados. Sebastián Piñera llevó a la ruina a la clase media chilena y reprimió a los jóvenes en las calles de Santiago, mientras que sus gestores financieros hacían malabares para ocultar su sospechosa fortuna en paraísos fiscales. Mateo Salvini, quien prometía salvaguardar a Italia con meras fanfarronadas, ha caído en desgracia por su incompetencia hasta el colmo que sus otrora seguidores claman por su relevo.
La lista de mandatarios de extrema derecha fracasados que le han hecho la vida difícil a millones de personas es larga.
El Gobierno de Iván Duque fracasó. No tiene nada que mostrar. Todo le ha salido mal. La extrema derecha colombiana lo sabe. Duque es un lastre del que no hay más alternativa que echarlo por la borda para que el barco no se hunda en el 2022. La extrema derecha colombiana está preparando de cara a las elecciones del próximo año un caramelo envenenado cuya nueva envoltura trae la palabra “centro”. Pero esa historia, Comején, te la explicaré en una próxima.