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La costosa factura del estilo de vida mediterráneo

Los restaurantes han sido un foco importante de noticias en Barcelona las últimas semanas puesto que están pidiendo a gritos poder abrir.

Restauración en Barcelona

Restauración en Barcelona. Imagen de Dstudio Bcn en Unsplash

Barcelona lleva muchos siglos siendo un lugar en el que confluyen, no solo productos y personas sino también, culturas y formas de hacer. Todo esto se ha concentrado en ese singular estilo mediterráneo de disfrutar la vida y entender el ocio como algo fundamental para esta sociedad. Tanto así, que es uno de los motores más importantes de la economía española. Pero, así como ha sido uno de nuestros puntos más fuertes, hoy es un demonio arduo de superar. Este estilo mediterráneo nos está pasando factura ya que nos cuesta asumir que nuestras formas de socializar son un foco importante de contagio en tiempos de pandemia. 

Las autoridades culpan a los restaurantes por no ser más estrictos en sus procesos internos, los restaurantes culpan a las autoridades por no adoptar las medidas que ellos consideran necesarias para mantener los locales abiertos.

Expertos y autoridades llevan meses explicando la importancia del uso de la mascarilla al igual que los gestos de higiene y la distancia de seguridad. Sin embargo, la mayoría de nosotros lo olvidó al momento de volver a ver a los amigos después del confinamiento. Luego, vivimos un verano a media marcha para los comercios, pero intenso en cuanto a reencuentros y, al ver que la segunda ola estaba siendo incontenible, los gobiernos han tomado medidas drásticas al respecto. 

Los restaurantes han sido un foco importante de noticias en Barcelona las últimas semanas puesto que están pidiendo a gritos poder abrir. Llevan casi un mes cerrados y esta situación se está volviendo insostenible para muchos. “Si no nos mata el virus, las deudas lo harán” me comenta de forma irónica, o al menos eso espero, un amigo propietario de un restaurante.

A partir del siguiente lunes los restaurantes y bares volverán a abrir con medidas específicas que irán siendo más flexibles cada 15 días “si la situación y los epidemiólogos lo permiten” recuerda la portavoz del Gobierno regional. 

El problema para la hostelería es tan grave que, de seguir así, podríamos ver desaparecer un 30 % de los bares y restaurantes en Barcelona para el próximo mes de marzo. El gremio de restauración se ha asociado con las altas esferas de la gastronomía para pedir una reapertura que permita recuperar, al menos una parte de las pérdidas que ya suman varios miles. Pero ¿cómo es que tuvimos que llegar a medidas tan extremas? ¿Qué ha pasado con todos los protocolos que habíamos puesto en marcha? ¿De quién es realmente la culpa de que hayamos cerrado? Sin duda, son preguntas que ameritan una buena reflexión si no queremos repetir los mismos errores.

Las autoridades culpan a los restaurantes por no ser más estrictos en sus procesos internos, los restaurantes culpan a las autoridades por no adoptar las medidas que ellos consideran necesarias para mantener los locales abiertos y así siguen las culpas de un bando a otro. Lo cierto es que la única manera de no repetir estos desaciertos es si apelamos a la responsabilidad de todos, pero, sobre todo, de los clientes como actores esenciales de cambio. 

 ¿Pueden los restaurantes regular que sus comensales realmente adapten nuevos procesos de socialización? Como es evidente que no puede ser así, tendremos que entender que la economía del ocio es un tema que nos compete a todos y la suma de nuestros esfuerzos es lo único que permitirá que podamos coexistir con esta segunda ola y nuestros comercios abiertos. 

Si queremos mantener los milenarios hábitos mediterráneos y el maravilloso ejercicio de compartir una buena comida en terraza, hemos de luchar por ello. Y esta lucha pasa por la conciencia colectiva de respetar medidas de seguridad que puedan ser compatibles con nuestras formas de socialización.

Los ciudadanos debemos tener conciencia sobre la responsabilidad que recae en nuestras formas de consumo. No podemos volver a caer en la trampa de ver las terrazas llenas, sin respetar distancias y las personas sin mascarillas. No podemos permitir que nuestros bares se vuelvan a llenar sin las medidas de prevención necesarias. Y, sobre todo, no podemos esperar que sean los restauradores o el Gobierno quienes tengan la responsabilidad de vigilar y controlar.

Si queremos mantener los milenarios hábitos mediterráneos y el maravilloso ejercicio de compartir una buena comida en terraza, hemos de luchar por ello. Y esta lucha pasa por la conciencia colectiva de respetar medidas de seguridad que puedan ser compatibles con nuestras formas de socialización. Por tanto, en las manos de todos nosotros está repensar esa forma en que entendemos el ocio, la vida social y el acto político de comer. 

Profesor universitario, director del Máster en Dirección Hotelera y restauración en el campus de turismo, hotelería y gastronomía de la Universitat de Barcelona, CETT-UB.

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