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Mujeres, educadoras y cuidadoras

Fueron las maestras quienes comenzaron a develar que detrás de muchos de estos usos culturales se mantenía y se engrandecía la prepotencia masculina y se edulcoraba el hecho de que la mujer no pretendiera “tomar alas”, cuando era la casa y el cuidado de la familia su único espectro de satisfacción personal.

Medios alternativos

Alternativas. Imagen de Alexas Fotos en Pixabay

“La primera tarea de la educación es agitar la vida,

pero dejarla libre para que se desarrolle”.

María Montessori

“Rubén la escritura es el mejor camino para ordenar la mente,

además, nos ayuda a re_Crear el mundo”.

Luisa Gómez Guzmán

Definitivamente la vida gravita alrededor de las mujeres, ellas son dadoras de vida y educadoras por naturaleza. He tenido la fortuna de contar con la amistad y el afecto de mujeres que han sido mis mejores interlocutoras, poniendo en tela de juicio muchas veces aquello que consideraba verdades inapelables. Un grupo de mujeres fueron las que provocaron un punto de quiebre en mi visión de la educación y en mis prácticas pedagógicas. Por allá en los años ochenta comenzó a romperse con la educación tradicional, y se pusieron en boga las corrientes constructivistas que derrumbaron el baluarte de la educación memorística y la imagen del maestro como gurú de todos los saberes.

Llegaron a nuestras manos los aportes de Josette Jolibert y Michèle Petit (ambas de origen francés), Isabel Solé y Liliana Tolchinsky (españolas), Ana Teberosky y Emilia Ferreiro (argentinas). Todas ellas pedagogas e investigadoras, que nos obligaron a repensar nuestra manera de concebir los procesos de aprendizaje. En nuestro país fueron, de igual manera, maestras apasionadas las que lideraron el revolcón que en los años 90 plasmaron esos discursos innovadores en los lineamientos curriculares y en los estándares básicos de competencias en las distintas áreas.

Va también este reconocimiento a las maestras que marcaron mi vida, no sólo por esta capacidad de plantear un rompimiento con unas prácticas educativas de más de un siglo, sino porque esta no fue tarea fácil en una sociedad abiertamente confesional y machista. Dejo en palabras de un amigo y colega maestro que recuerda ese periplo difícil que le tocó vivir a nuestras madres y abuelas, antes de poder gozar la anhelada igualdad, que hoy, por lo menos, está escrita en nuestra carta constitucional y en los documentos del Ministerio de Educación Nacional, posteriores a 1994.

Dice mi amigo: “Mi familia es de origen antioqueño. En aquella época las familias eran numerosas. Mi madre, Silvia Cárdenas, nos contaba que en el púlpito los curas descalificaban la planificación familiar y ordenaban la obediencia ciega y abnegada a sus esposos. ‘Creced y multiplicaos, dice la biblia, la mujer que hiciere uso de actos deliberados para evitar la concepción arderá en los infiernos’. Era tan clerical nuestra formación que los varones, en penumbra y en ropas de pijama, antes de iniciar la relación coital pronunciaban una ‘oración’: ‘No es por vicio ni por fornicio Señor, es sólo para daros hijos a tu santo beneficio’. Las mujeres solo tenían tres caminos -estoy hablando de los años cuarenta-: tomaban el camino ‘salvador’ del matrimonio, el camino religioso y se unían a una congregación como monjas o elegían el camino de la docencia.

Los dos primeros caminos, al decir de mi madre, no eran muy halagüeños. Si se casaban quedaban bajo el ‘mandato’ omnipotente del esposo, que podía cometer toda clase de excesos y la mujer era obligada a permanecer fielmente a su lado. En esto contaban los hombres con el refuerzo solidario de los sacerdotes, que en misa les recordaban sus deberes como esposas. En el lecho matrimonial la mujer debía mantener las buenas costumbres y quedarse muy quieta para que el hombre saciara sus apetitos carnales, si por algún acaso la mujer hacía cualquier gesto o movimiento de querer ‘participar’ del acto amatorio, esto podría sobrevenir en un escándalo nocturno, con castigo corporal a bordo. Si era la noche de bodas el hombre podía devolver a la mujer a su casa por ‘actitudes lascivas’ propias de una mujer de la calle. El otro camino era encerrarse en una comunidad religiosa y cercenar para siempre otras posibilidades de conocer el mundo. Quedaba la docencia, este era el camino más libertario, significaba tener acceso al conocimiento y poder generar ingresos propios. Mi mamá escogió este último camino”.

En el estudio de Carlos Arturo Ospina Cruz sobre la educación en Antioquia entre 1903 y 1930, puede verse cómo el ejercicio magisterial por parte de las mujeres era considerado casi un noviciado, en el que se les restringía a ciertas labores y ciertos espacios, sin poder gozar de la libertad que tenían los hombres que también se dedicaban a la educación. En el contrato utilizado para la vinculación de maestras, en 1923, en Antioquia se acuerda que: “La señorita no puede casarse. No puede andar en compañía de hombres. Estar en su casa de 8 de la noche a 6 de la mañana. No pasearse por heladerías de la ciudad. No usar vestidos que estén a más de cinco centímetros del tobillo. No vestir ropas de colores brillantes. No teñirse el pelo. No usar polvos faciales, no maquillarse ni pintarse los labios. Mantener limpia el aula: fregar el suelo del aula al menos una vez por semana con agua caliente”.

Pero no llegaba hasta aquí el constreñimiento a la libertad y el irrespeto al derecho a la igualdad. Aunque las mujeres eran quienes ocupaban en mayor número el cargo de maestras, no se les permitía participar en los foros y en las discusiones públicas y académicas donde se decidía el rumbo que debía tomar la educación. “Maestras, pero no interlocutoras del discurso pedagógico”, de esta manera Ospina Cruz sintetiza la descalificación intolerable hacia las mujeres:

… aunque las mujeres eran mayoría en el oficio de educadoras, tuvieron una fuerte lucha para poder participar de las discusiones pedagógicas direccionadas conceptualmente por los maestros. Hacia 1903, las mujeres conformaban alrededor de 75% del gremio magisterial en Antioquia; sin embargo, en los escenarios locales en que se discutía sobre aspectos metodológicos, filosóficos y didácticos relacionados con el sistema instruccionista, se presentaban resistencias desde diversos sectores sociales a la participación femenina”.

Fueron las mujeres quienes aceptaron internarse en escuelas rurales para llevar instrucción a esa otra Colombia que se debatía en la violencia partidista entre liberales y conservadores. Muchas de ellas perdieron la vida, tal vez por ingenuidad, al negarse a salir de territorios por considerar que “ellas no hacían parte de ninguno de los bandos”. De sus manos me tocó recibir la leche y durante un tiempo, el pan que empezó a entregarse en las escuelas. Allí me veo “haciendo la cola” (fila) con el vaso de plástico, mientras la maestra Vera reclamaba paciencia para poder atendernos a todos.

Muchas maestras extendían su labor con las madres de familia y armaban, lo recuerdo, talleres donde cada una compartía sus saberes, y, de esa manera, alternándose, hacían cursos de manualidades, pirograbado, crochet y tejidos, pintura y lienzos. Eran maestras que no se quedaban quietas y gestionaban las jornadas de vacunación en sus escuelas y se convertían, por esta cantidad de roles, en personajes respetados y valorados por sus comunidades.

Todavía recuerdo las izadas de bandera y las maestras empeñadas en que aprendiéramos de memoria las poesías de Rafael Pombo, La abeja de Enrique Álvarez Henao y Gotas de ajenjo y Mis flores negras de Julio Flórez. De su mano era que se mantenían los usos culturales, todo aquello que unía a las comunidades, “las estaciones” en las calles de los pueblos con motivo de la Semana Santa, las preparaciones para la primera comunión y las ceremonias de clausura y graduación de grado quinto y de grado sexto, no se le llamaba todavía grado once. Pero también fueron las maestras quienes comenzaron a develar que detrás de muchos de estos usos culturales se mantenía y se engrandecía la prepotencia masculina y se edulcoraba el hecho de que la mujer no pretendiera “tomar alas”, cuando era la casa y el cuidado de la familia su único espectro de satisfacción personal.

Entonces las poesías rebeldes comenzaron a caminar en nuestra mente adolescente y, ya para salir graduados, me llegó la letra de la poesía de Leticia de Páramo, A los maestros:

Un canto más para vosotros.

El rudo canto mío, concebido al amor

porque os capto abnegados y sufridos.

Pero lleno de rabia,

porque veo cómo sois utilizados

para entregar al pueblo colombiano

sus primeras lecciones de impotencia.

Buenos días muchachos:

Así, empezáis el cotidiano diálogo.

Porque así lo aprendisteis

sin fijaros que es falso.

¿No sería más honrado un empezar así?

Malos días muchachos.

Aún no me han pagado.

Todo un grito a la mentalidad doblegada que se nos impartía en las escuelas y al papel “reproductor” que cumplían los maestros. No se rompió fácilmente con esa vieja escuela, los cambios culturales toman tiempo y en nuestro caso particular la situación era más compleja porque muchos maestros llegaban a estos cargos gracias a la recomendación de algún partido político. Algunos incluso escasamente habían terminado su bachillerato. Por eso el cambio que tomaba vuelo en los discursos iba a paso de tortuga en las escuelas, y encontraba no poca resistencia en algunos maestros que se sentían “muy cómodos” en eso de llenar tableros y ser la única voz cantante en las aulas de clase.

Para mí escuchar y, sobre todo, entender los postulados de esta nueva escuela era algo absolutamente revelador, algo que invitaba a reinventarnos, a “borrar de tajo” todo el saber del que nos creíamos poseedores y poner todo en duda. De la mano de Miralba Correa, Luz Amparo Sepúlveda C., Gloria Rincón B. y Vicky Colbert, esta última con su propuesta de Escuela Nueva, metodología con la cual me inicio como maestro rural, comenzó mi remezón pedagógico. Ellas retomaron los aportes de Lev Vigotsky y los hallazgos de las pensadoras arriba mencionadas, los enriquecieron y los aterrizaron a nuestro contexto. En sus cuestionamientos a la educación tradicional, propusieron rumbos que no pierden su vigencia: pensar la adquisición de saberes como una construcción, en la que irrumpe una visión novedosa de lo que implica leer y escribir, asumir la escuela como espacio de sociabilización y cooperación y valorar la relación dinámica entre maestros y estudiantes que se plantean problemas reales del entorno y hacen de la escuela un auténtico laboratorio de la vida. En palabras de Gloria Rincón:

“Este enfoque permite plantear la enseñanza como una reflexión sobre qué decimos, por qué decimos como decimos y en ese sentido cómo significamos y cómo hay una relación entre pensamiento, lenguaje y construcción de la realidad”.

Un editorial de la revista Enredate-Vé, de la Universidad del Valle, reconoce en edición especial de diciembre la huella admirable que dejó Gloria Rincón B. en su trayectoria como maestra y como ejemplo de mujer irreverente y creadora, a la vez:

“Gloria hizo todo lo que estaba a su alcance para que quienes son propiedad de la lengua, la posean. Para que ese don no se pierda. Para que los niños y niñas no sean fantasmas de una lengua servicial y pobre, útil apenas para comerciar y comprar insumos”.

En conmemoración del Día Internacional de la Mujer, no puedo dejar de exaltar a las maestras que me regalaron las primeras palabras, las que me enseñaron a orar, las que me hicieron sentir parte de esta comunidad de nación. Las que me enseñaron que no basta con ser alfabetizado, sino que lo realmente importante es entrar al lenguaje, al inconmensurable mundo textualizado que habitamos, para viajarlo, pero también para transformarlo. Las que lideraron nuestra formación docente y, entre otras, mi compañera Inés, mis hijas, hermanas y colegas mujeres, que me han permitido crecer con una mirada distinta de la escuela, desde el análisis textual y desde la formación de competencias para el pensamiento crítico.

Mujeres de hoy, como Erika Antequera, parte de la diáspora de colombianos a Europa, que levantan su voz y su pluma para deconstruir, sin tapujos, la imagen de la mujer “decente”: “Será porque aprendí a vivir sin padre, a madurar sin marido y a trabajar sin jefe; pero a estas alturas de la vida tengo claro que es un gran error enseñar a las niñas a ocultar el deseo…”.

Las mujeres nos han enseñado a amar, a apropiarnos del mundo y, como maestras, nos han llamado a transformarlo:

Maestras y Maestros bien-amados

No seáis más instrumento de fabricar esclavos

Enseñad a los niños lo que se vive a diario.

Enseñadles verdades como estas

Y también enseñadles lo posible

que un BOSTEZO,

bien puede terminar alguna vez

en un MORDISCO!!!!

(Leticia de Páramo)

Nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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