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Horda de malcriados

Ni la fuerte tradición de memoria sobre los horrores de la dictadura ha sido suficiente para mantener dentro de lo marginal las expresiones nostálgicas de la represión como madre rectora del orden, y que han aprovechado el avance de expresiones neoliberales en lo económico pero ultraconservadoras en lo social, para sentirse acompañadas y crecer

Neofascismo

Imagen del portal EOM

Uno de los mayores retos de este tiempo es comprender, o al menos intentar comprender el comportamiento electoral latinoamericano. La apariencia pendular de las decisiones políticas de las mayorías del continente del Río Grande hacia abajo, sería una explicación demasiado fácil. Van y vienen, hoy votan a la derecha y en cuatro o cinco años al progresismo para luego volver al inicio. 

Es cierto que somos un continente fuertemente inestable. En demasía, tal vez. Pero en medio de la inestabilidad hay algunas constantes interesantes, como que estas sociedades miran con mucha más facilidad las ideas marcadamente de derecha, que las que están ubicadas más hacia la izquierda, no al progresismo, hacia la izquierda revolucionaria, como se le diría en ese nostálgico mundo en que, pese a los años, todavía habito.

El progresismo, o sus manifestaciones con dimensiones de Estado en Latinoamérica han sido más bien de reformas paulatinas que demoraron años en consolidar algunos proyectos fundamentalmente liberales, muy pocos Estados fueron más allá de un Estado garantista en el marco del sistema capitalista; más o menos controlado por el monopolio estatal en el mejor de los casos, donde algunas cargas tributarias hacia el capital ayudaron a la consolidación de políticas sociales. Sin embargo, en otros casos esas garantías han sido sostenidas por la clase trabajadora, vía tributaria, tanto por gravámenes al ingreso, como al consumo.

Pero cada reforma, por más liberal que fuese, casi siempre tuvo que venir acompañada de una parafernalia justificativa con dimensiones de Estado. El subsidio al desempleo, el acompañamiento económico a la maternidad o la reglamentación de la interrupción voluntaria del embarazo se lograron luego de discusiones de semanas, meses y años para instalar en la sociedad la idea de que un subsidio puede marcar la diferencia, no solo en las condiciones de un individuo, sino que puede convertirse en un factor dinamizador de la economía misma a nivel interno.

Ahora asistimos con cierta sorpresa al resurgimiento de un discurso abiertamente fascista que avanza con una rapidez inusitada. Es sorprendente cómo a cualquiera que proponga la legalización del consumo recreativo de cannabis le llueven los calificativos, o mejor los descalificativos, mientras al mismo tiempo vemos cómo crece la tribuna que aplaude el acceso libre a las armas, el gatillo fácil como expresión de la libertad o la xenofobia abierta y declarada como defensa de un concepto medieval de nación.

Sin dudas, la matriz mediática generada desde inicios de los años 90 a favor del sistema económico está cumpliendo un papel fundamental en la creación de este tipo de fenómenos. La base sobre la que se han parado los grandes sectores económicos para mantener intactos sus intereses y privilegios ha sido la del miedo. El miedo y el desprecio a la diferencia, el miedo a la inseguridad, la rabia hacia el inmigrante y hacia cualquier manifestación de autonomía que se aleje de unos principios rectores que trata a la sociedad entera como un menor de edad.

No hay que ahondar en que las sociedades temerosas son más fácilmente gobernables. Sin embargo, un resultado posiblemente colateral de todo este proceso ha sido el despertar sistemático de expresiones que no ven la respuesta a todos los miedos en el sistema, sino que se han convertido en sujetos activos de su propio miedo canalizándolo por medio de expresiones que, sin duda son funcionales al sistema que las ha creado. 

Estas expresiones se han vuelto sistemáticas y organizadas, levantando cadáveres mal sepultados por la armoniosa idea de que las sociedades superan solas los fantasmas del pasado. En el caso de Uruguay, una tradición fuerte de memoria pudo ser considerada como la principal garante para salvaguardar la cordura en momentos de crisis, para saber que por dura que sea la situación hay fronteras que no se traspasan.

Pero no, ni la fuerte tradición de memoria sobre los horrores de la dictadura ha sido suficiente para mantener dentro de lo marginal las expresiones nostálgicas de la represión como madre rectora del orden, y que han aprovechado el avance de expresiones neoliberales en lo económico pero ultraconservadoras en lo social, para sentirse acompañadas y crecer.

Estas expresiones organizadas en función de canalizar el miedo y el resentimiento cultivado por años encuentran eco en los medios y ofrecen soluciones fáciles a problemas inmediatos. Si no quiere más pobreza, no deje entrar inmigrantes que se queden con los trabajos de los que nacieron ahí, si no quiere más delincuentes en las calles, permita que la gente use armas y tome la acción por su propia mano, si quiere que haya trabajo no subsidie a nadie porque eso fomenta la vagancia y afecta la productividad de quienes deben pagar sus impuestos y así van corriendo en círculos cada vez más cerrados. 

Al final, la ultraderecha que crece en la “iberoesfera”, pero que está desarrollando manifestaciones en el mundo entero, es una de las mayores expresiones del miedo como factor de control social. Es la expresión clara de lo que ocurre cuando se hace crecer la “minoría de edad” como sujeto social. 

Si se ve con cierto desparpajo, los ultras de la derecha se ven como una horda de adolescentes malcriados que salen a golpear y atropellar a cualquiera que les suene diferente, que se reúnen alrededor de sus símbolos, buscan imponerlos y se abrogan la vocería a nombre de todos los demás adolescentes, los rebeldes y los que no lo son, que parecen mirarlos estupefactos, pero igual de asustados. 

Periodista, ilustrador y artista visual de Caras y Caretas.

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