“Hace algunos años otro presidente del Congreso les advirtió con fingida solemnidad a sus corruptos colegas: “O cambiamos, o nos cambian”. Ni cambiaron ellos, ni los ha cambiado nadie. Y se acaban de subir el sueldo.” (Antonio Caballero)
¿Por fin la franja amarilla?
Han transcurrido 25 años desde que William Ospina publicara su ensayo ¿Dónde está la franja amarilla?, un lúcido texto que cuestiona la manera como “el país nacional” –concepto utilizado por Gaitán- ha sido reemplazado por “el país político”, haciendo uso del enfrentamiento bipartidista, el clientelismo, el amedrentamiento por parte del Estado y los estragos causados por el auge y fortalecimiento del narcotráfico. Ospina se muestra optimista de que esa otra Colombia, la inmensa franja amarilla, tome por fin los hilos de su destino y pueda construir un proyecto político en el que quepamos todos. Aunque han pasado demasiados años sin que esto logre concretarse, varias situaciones comienzan a jugar a favor y hacen prever un cambio en la brújula del poder.
De un lado, las enormes posibilidades del mundo digital han quitado el control de la opinión pública a los sectores oligárquicos dueños del Estado. Las redes sociales permiten observar el otro lado de la moneda y derrumbar las mentiras y espejismos creados por los partidos tradicionales. De otro lado, el estallido social de 2021 evidenció el malestar de la población con el gobierno de Duque y su incapacidad de dar solución a los graves problemas del país. Problemas que se han agudizado por su incumplimiento de los acuerdos de paz con las FARC, los efectos del confinamiento a causa de la pandemia, las argucias para monopolizar todos los órganos de control del Estado y la proverbial corrupción en sectores sensibles como la salud y la educación.
Gracias a las redes sociales y medios alternativos digitales la protesta social de los jóvenes colombianos no ha podido ser estigmatizada. Esta primavera juvenil se ha convertido en un pilar determinante para el cambio político y social del país. El momento de quiebre del establecimiento lo puede forzar la juventud.
Vienen vientos de cambio
Todo hace pensar que vienen vientos de cambio. En el pasado las esperanzas fueron truncadas a balazos, mentiras y miedo. Los que se han atrevido a mostrar un camino distinto fueron borrados del mapa. El contubernio entre la clase política y el narcotráfico elevó los índices de violencia. La miopía del gobierno Duque impidió que se iniciaran reformas profundas que habían sido acordadas con las FARC, apoyadas por las víctimas y el movimiento social. Pudo más el ánimo revanchista de ese viejo país que no logra leer este momento histórico: reducir la brecha social y aminorar la violencia. El revanchismo ha llevado a la polarización. La descalificación se ha impuesto sobre los argumentos. La vieja estrategia de “ahí viene el lobo” empieza a fallar. La gente quiere escuchar propuestas de cambio.
La coyuntura electoral
En este año electoral ha irrumpido con fuerza el Pacto Histórico, cuyo representante, Gustavo Petro, hace énfasis en cómo salvar la vida sobre el planeta y cómo encontrar alternativas para la reactivación económica de Colombia:
Dice Petro:
“El viejo país cafetero quedó atrás y lamentablemente pasamos al petróleo y el carbón. Y eso es insostenible, nos lleva a la extinción. Tenemos que salir de una economía extractivista y pasar a una productiva. La transición energética es una decisión que se puede tomar el primer día. Y las divisas se pueden reemplazar con el turismo, eso significa saltar de 5 millones a 15 millones de turistas. Con la belleza, cultura y biodiversidad de este país, no es nada exagerado, pero requiere una condición básica: la paz. El turismo no llega si nos estamos matando entre nosotros”.
Es necesaria una transformación profunda desde el lenguaje y la educación
Petro ha estudiado a Colombia y el mundo. Su oratoria es fluida y dialéctica. No se ha dejado enredar por los periodistas que insisten en tildarlo de “comunista” y “expropiador”. Con cifras y argumentos está cautivando a la opinión pública. Sus propuestas son serias y aterrizadas.
Polémica generó el acercamiento de Petro con el ex gobernador de Antioquia Luis Pérez. Desde las toldas del Pacto Histórico llovieron cuestionamientos, sin embargo, Petro aprovechó el ventarrón para explicar que “esta coalición se debe hacer con personas que piensan diferente porque, de lo contrario, no es pacto”. Y agregó: “No estamos construyendo un partido, sino una forma de gobernar donde es imprescindible el acuerdo sobre lo fundamental que garantice realmente los derechos esenciales de las personas”. Propuestas como las de los expresidentes liberales López Pumarejo y Lleras Restrepo, han sido retomadas por el candidato del Pacto Histórico. Se trata de sumar voluntades sin perder de vista un propósito común: la transformación y el progreso de Colombia.
Petro se aleja de los purismos ideológicos: “Las necesidades de la sociedad colombiana no son las de construir el socialismo, sino construir democracia y paz, punto”. En su libro Una vida, muchas vidas, manifiesta su opción por los pobres. “Desde entonces permanece a mi lado el amor al pobre, la opción preferencial por los pobres, eso no lo aprendí del marxismo sino del cristianismo liberador: dios está en el pobre, en la vida misma, en la luz inmanente”, escribió.
El 13 de marzo el Pacto Histórico debe salir fortalecido, ganador. Obtener mayorías en el Congreso es clave para realizar los cambios y garantizar la gobernabilidad de quien se vislumbra como el próximo presidente de Colombia: Gustavo Petro.