La poesía es la continuación de la realidad por otros medios: verbos, sujetos, libros, redes sociales, sueños, vida y muerte, finito e infinito. Poesía y antipoesía. Lugares comunes y no comunes, y también por la tragedia de un futuro que nunca pudo beber del pasado histórico de su razón de ser.
El poeta es ese ser que muere y resucita después de autocrucificarse en un verso o desclavarse de un instante que lo aprisiona, lo asedia y lo ataca por todos los flancos. Es el ser que carga en la espalda el mundo hirviendo, es Michael Benítez Ortiz, un bogotano que asiste al bautizo de unos muñecos con corazón de trapo y al salir de la fiesta tiene que esquivar una lluvia de balas ante la indiferencia de la razón aferrada a una silla de ruedas.
Esta antología es una gran noticia para los amantes de la realidad y la contra realidad, la música, el ritmo y los destiempos en todo aquello.
De todos los libros que he recibido estos días, Poesía Urgente me ha estremecido. No solo porque es Colombia, mi país, el que respira por cada palabra de los 14 poetas antologados por Sico Pérez, sino porque es la biografía del alma errante del país que, como el poeta, es el que más muere en el mundo, y porque es el país portátil que llevamos dentro o fuera de esa Colombia que se arrastra por la memoria sin encontrar consuelo.
Poesía Urgente es una antología publicada por Parecería Edita, Colección Mundo Otros, y “reúne poemas de un grupo de escritoras y escritores colombianxs que comparten intereses, influencias, y en algunos casos, proyectos literarios y editoriales. Pero, sobre todo, comparten un territorio y un tiempo que les invade y desborda en los textos”, se lee en la contraportada.
¿Pero, es posible saber lo que piensa y hace un país a través de la poesía? Pues sí. Tania Ganitsky nos enseña esa Colombia sumaria donde las nubes toman forma de fantasmas y se detienen a llorar frente a sus tumbas. Es la interiorización de un horizonte violento y rapaz que va dando carácter a una forma de ser y actuar, y que se ha dado en llamar “cultura de la violencia”. Esa misma que empieza a echar raíces en los niños made in Colombia, que nacen con las piernas ya marcadas por esos puntos que son los muertos diarios de la guerra interna, y que se fijan en la conciencia de la nación. No se pueden arrumar más de 91 cadáveres y no se pueden exponer demasiado al sol porque se pueden manchar, nos dice Sergio Muñoz, y John F. Galindo nos recuerda que “a nuestra manera todos somos culpables”.
“Quién carajos eres, quién carajos habla dentro de ti contigo mismo todo el tiempo, quién es esa voz que piensas” … Quién es, en últimas, ese que utiliza la cocaína para pegarse al techo.
Sí, esa es nuestra Colombia. Sico Pérez tiene la fotografía clara, quizás porque ya pasó por la estafa Ponzi, por la base de la pirámide donde toda interpretación poética de la realidad fue, es y será una estafa, o una realidad paralela, depende del ángulo con que la quieran ver. Hay estructuras mínimas que habitan los diferentes lenguajes de este libro. Nos lo dice Daniela Prado, quien sabe y lo siente. Le gusta la palabra musgo y su carga de íntima humedad, posiblemente porque esa humedad está ahí desde el principio de los tiempos haciendo posible que las palabras no se quiebren frente a la sequía de la guerra. Esa misma humedad que impide que olvidemos que la compasión sin compasión es un asco y recordemos, de paso, el funeral al que asistimos todos los días.
Para acercarnos más a esa Colombia escurridiza y a la vez espesa, John F. Galindo nos pone el Google Maps frente a los que están y los que no están, con una invitación muy especial: la búsqueda activa. Nos advierte, sin embargo, que la búsqueda siempre conduce al error, si lo que se busca es la nada.
El colombiano de este libro es en general un hombre y una mujer replegados, a veces hacia sí mismos, que no dejan ver el fondo, una consecuencia de esa clandestinización emocional que toda guerra prolongada produce en sus victimarios y en sus víctimas. “Adentra en mis costillas/ Mira que hace frío, tengo el cuerpo muerto/ No digas nada/ déjame temblar en tus brazos/ sin que sepas lo que me devora”. Son los versos de Stefhany Rojas Wagner. Y lo corrobora Daniela Gaitán: “Intento huir a través de la línea que separa las cosas/ me aferro a algo tan pequeño/ que me escucha”.
Y a pesar de todo, de la muerte diaria, de la clandestinidad, de los entresueños sobrevolando los entresijos de la cotidianidad, hay un alma colombiana que se resiste a que “las palabras mueran degolladas contra mi cuerpo sin filo”. Michael Benítez no se queja, pero le pregunta a Dios por qué, además de pobre, le dio el don de la poesía. El don de denunciar, de verbalizar la violencia, los sentimientos, los procesos que hacen que nuestro país sea como es. Y el don de rebelarse, Alexandra Espinoza: “Donde los otros aplauden/ tú zapatea/… Cada movimiento es una oportunidad”.
Didier Andrés Castro nos recuerda cómo volver a la esencia colombiana y cómo estar tranquilos dentro de ella, pues en el jolgorio de la sangre y la muerte muchos hemos olvidado eso, el estar tranquilos, el recibir el abrazo de la madre, del padre, de la hermana sin sentir frío y dolor.
Sí, esta antología es una gran noticia para los amantes de la realidad y la contra realidad, la música, el ritmo y los destiempos en todo aquello. Leer por ejemplo a José Rengifo Delgado en sus recuerdos de la patafísica cortazariana. Él acuña la parafísica que es, nada más ni nada menos, que la poetización de la parapolítica, del paraestado, de la pararreligión, la parasoledad, etcétera, de nuestra cotidianidad. Que al ir versándola, verbalizándola, vivificándola, las palabras asumen un estado de alucinamiento, como muy bien lo expresa Javier Mamián, quien piensa que, a través de este estado, también es posible fundar una nación: una nación no solo de hombres y mujeres, sino también una nación de palabras vivas, de ideologías vivas, de silencios vivos, de poesía viva, de un orden vivo donde cada cosa esté bien puesta en su sitio, ordenada, clara, distinta, pero bien chamuscada: María Paz Guerrero.
El colombiano que encontramos en Poesía Urgente es aquel que se pregunta junto a César Cano “quién carajos eres, quién carajos habla dentro de ti contigo mismo todo el tiempo, quién es esa voz que piensas” … Quién es, en últimas, ese que utiliza la cocaína para pegarse al techo.
¡Cuánto drama en este mundo¡ Leyendo esta buena antología, “Ya no quedan ganas de llorar mis señores/ quiero más bien reír a carcajadas/ mientras caminamos por los valles andinos/ y a bailar en la nata del guarapo”: Damián Salguero.
Pues bien. Un ejemplo colaborativo, solidario, participativo. Con el reconocimiento de que unidos todo es más fácil, incluso, enseñar lo que hace un país a través de la poesía.