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El pozo… un cuento

Ha sido una noche de tensa calma, generalmente los ataques los hacen en la noche o en la madrugada. Los jóvenes esperan con ansia las apreciaciones del bonachón anciano. Desconocen detalles de su vida. Se ha ganado su afecto por el apoyo juicioso que les ha dado desde que armaron los cambuches para aguantar las arremetidas policiales.

Puerto Resistencia, Cali, Colombia

Puerto Resistencia. Cali, Colombia. Imagen de Ana de poética

“Ese monstruo llegó al cañaduzal

Quiso azúcar de la vida y dejó peste con cal”. (Junior Jein)

Mientras caminaba lentamente por la calle repleta de escombros hacia el punto de resistencia, un hombre alto, de ojos grandes y piel morena, pensaba:

«Recuerdo mis años mozos, aquellos en los que vi caer a tantos compañeros, algunos los vi agonizar mientras se despedían de este mundo enfermo. A otros no los volví a ver.

En aquella época, años 70 y 80, el Estado y las fuerzas militares se las arreglaban para borrar del mapa a los opositores políticos, luego esa tarea se volvió más sofisticada con la ayuda de los paramilitares. Muchos de mis compañeros de izquierda o que tomaron el camino de la guerrilla, tuvieron la suerte de salvar su pellejo y, por las vueltas que da la vida, ahora son connotados sindicalistas, otros ocupan cargos importantes.

Muchos de nosotros, tristemente, terminamos en la fiesta burocrática, participando en el reparto del botín del Estado. Enarbolando un discurso a favor de los pobres y de la lucha por la igualdad, disfrutamos de los gajes del poder llenando nuestros bolsillos, haciendo parte de las corruptelas de turno.

Yo, en el alto cargo que ocupo, sólo debo cumplir con los acuerdos y firmar las partidas. Lo que me toca en la repartición lo recibo en metálico para no dejar evidencias y los órganos de control, que participan en la trama, se hacen los de la vista gorda. De dientes para afuera digo que me importa el país. En realidad, solo me importa mi panza y las de mis familiares.

Cuando veo a los jóvenes en los puntos de resistencia, quisiera creer que ellos sí van a hacer el cambio que nosotros embolatamos. Sí, quien lo creyera, llegamos al poder, pero como moscas en la miel terminamos envilecidos por su aroma. Se nos olvidaron nuestros ideales. Ojalá que estos muchachos no se dejen enturbiar y eviten las mañas de nuestra generación, para que puedan darle un vuelco al país.»

El viejo se acerca a su destino, ya los años le pesan. El remordimiento y la culpa le pesan aún más. Lleva en las manos varias bolsas. Ricardo y Daniel acaban de tomar el relevo, en el fogón hierve el agua y todos esperan el café de la mañana. Rebeca, una joven universitaria, grita con alborozo:

  • ¡Ya viene! ¡Ya viene! Tan puntual el viejo Rubalcava.

Los jóvenes dirigen la mirada hacia el viejo y aplauden su carga solidaria: leche, café y panes. Los alimentos son distribuidos entre el grupo y algo queda para la despensa. El café hierve. Rubalcava toma asiento en una piedra enorme. Daniel le pasa un pocillo:

  • Tómese su tintico. ¿Cómo ve las nuevas medidas del gobierno?

Rubalcava se lleva el pocillo a la boca, mientras observa a la muchachada. Le llama la atención sus miradas limpias y expectantes. «Tienen arrojo e ímpetus de cambio», piensa.

Ha sido una noche de tensa calma, generalmente los ataques los hacen en la noche o en la madrugada. Los jóvenes esperan con ansia las apreciaciones del bonachón anciano. Desconocen detalles de su vida. Se ha ganado su afecto por el apoyo juicioso que les ha dado desde que armaron los cambuches para aguantar las arremetidas policiales. Circulan los pocillos de café y los panes. Guardan silencio mientras Rubalcava contesta:

  • No hay nada más peligroso que los políticos, siempre se salen con la suya: mienten, roban, utilizan a la gente y, si es preciso, asesinan. Recuerdo a mi padre, en sus noches de bohemia salía como loco por las calles echando vivas a Jorge Eliécer Gaitán y al Partido Liberal. Su historia no es más que el relato triste de un desterrado, llamados ahora desplazados, que se prolonga en el tiempo con las nuevas violencias: asesinatos de líderes sociales, masacres y robo continuado a las arcas del Estado.

Le da un sorbo al café, suspira y sigue hablando:

  • Me preocupa lo difícil que cuesta seguir con esta farsa. La pandemia nos puso al desnudo, “se les cayó la vuelta” como dicen los malandros. Nada de matrícula gratis, ni de empleo juvenil, ni de conectividad en las escuelas. La alternancia fue un fracaso y el regreso a la presencialidad, en el tire y afloje entre el sindicato de los maestros y el gobierno, deja a los estudiantes, nuevamente, desatendidos. Es iluso seguir con el engaño de la virtualidad cuando sabemos que sin conectividad ni dispositivos es como venderles humo a los niños. – Habla con propiedad y en algunos momentos, al subir la voz, es notoria su indignación.

Fuertes detonaciones interrumpen abruptamente el desayuno. Por ambos costados la policía avanzaba decidida a desalojar la barricada. Los jóvenes se tiran al piso y, en medio de la humareda de los gases lacrimógenos, cada uno busca sus cascos y sus escudos de latón. Comienzan a defenderse a las pedradas mientras gritan en coro para darse ánimo y resistir la embestida.

La gresca toma tintes de pánico, suenan tiros y los vecinos gritan desde sus ventanales, desde sus puertas, desde sus patios y algunos mientras corren en auxilio hasta el punto de resistencia:

  • ¡Asesinos, asesinos, asesinos!

Rubalcava se vio de repente en medio de la refriega, dobló por la esquina más cercana y cuando intentaba guarecerse en una tienda del barrio fue capturado por la policía.

  • ¡Viejo guevón!, conque apoyando a los vándalos, ahora sabrá lo que es bueno.

Lo molieron a bolillazos, de nada le valió repetir y repetir:

  • ¡Ustedes no saben quién soy yo!
  • ¡Podrá ser el abuelo de Supermán, -contestó uno de los policías- nos importa un pepino!

Le siguieron aplicando caricias con sus bolillos. Lo subieron a una furgoneta y lo condujeron a una estación de policía. Lo tiraron como un saco de huesos. Para obligarlo a callar le aplicaron una dosis de Taser eléctrico. No aguantó el cimbronazo y perdió el conocimiento.

Sintió que caía en un pozo, parecía que nunca tocaría fondo. Se le vino a la cabeza la súplica de la maestra. Sus niños, en una escuela perdida en la montaña, no pueden volver a la presencialidad por culpa de la colmatación de un pozo séptico. Recordó las palabras suplicantes de aquella chiquilla, de tan solo 8 años, que le envió un video de su pequeña y maloliente escuela. 

  • Me están boleteando en redes, y lo malo es que tienen razón… toda la plata que nos embolsillamos y no hay quién se apiade y saque la pírrica suma que cuesta dejar en buen estado el bendito pozo. – Dice para sí, mientras siente el vértigo del vacío.

Siguió cayendo. Todo era oscuro. Un líquido viscoso se pegaba a su cuerpo y un olor penetrante a caca le hizo sentir nauseas… estaba ahogándose. Las imágenes del video volvieron a su mente.

«La mascota que la sigue, la niña corriendo alegremente sin importarle sus pies embarrados. El pequeño cuarto, que hace las veces de salón, donde acuden los niños de la vereda a recibir sus clases. La niña y su mascota jugueteando alrededor de la escuela, en medio del mierdero.»

Siguió cayendo.

  • No logro imaginar cuántas maromas hicieron para grabar aquel video, ponerle la molesta canción de fondo y enviarlo a mi correo personal, si no tienen “ni gota” de conectividad. ¡En qué aprietos estamos para explicar los setenta mil millones embolatados por la ministra y los niños en las nubes, sin poder estudiar!”

Sintió que un torrente de agua lo sacaba a flote, el olor a excremento se había impregnado a su cuerpo, difícilmente podía entreabrir los ojos. Al asomar la cabeza un grupo de colegiales que rodeaba la boca del pozo lo señalaba y gritaban:

  • ¡Huele a mierda, huele a mierda, huele a mierda!

Un baldado de agua helada lo devolvió a la vida.

  • ¡Uyy jueputa, se nos estaba yendo la mano! – dijo el cabo Pérez.
  • Ahora sí, viejo pendejo díganos ¿quién es usted y por qué estaba apoyando a los revoltosos?

El hombre angustiado, y muy molesto, respondió:

  • Soy el ministro de Educación.

Los agentes que lo rodeaban soltaron una risotada estridente.

  • Tras de viejo… ¡LOCO!… no nos crea tan pendejos. 
  • Miren mis papeles y confírmenlo.

Rubalcava hurgaba en sus bolsillos para mostrar sus papeles, mientras miraba a todos lados para dar con sus lentes. Los vio tirados, estiró el brazo para tomarlos, pero una bota se adelantó y los aplastó.

  • ¡Estos desgraciados! Ya sabrán quien soy.

Y tiró su cartera con los papeles.

  • ¡Mijo, mijo despierte!, ha tenido una pesadilla. No hacía más que gritar y lanzar madrazos. Hace rato le tengo el cafecito y de presidencia lo llamaron para que se comunique de inmediato.

El ministro asustado, aunque un tanto aliviado, susurró:

  • Pobre país, consagrado al Sagrado Corazón de Jesús y a la virgen de Chiquinquirá y gobernado por los zopilotes.
  • Te levantaste de malas pulgas, ¡tú no eres ningún zopilote, ja, ja, ja!, – dijo, en tono burlescosu mujer, que todavía conservaba los rulos en su cabello.
  • Soy peor, floto en medio del estercolero.

En su nochero estaban las gafas que había estropeado en su sueño.

«¡Sueños de mierda que me revuelcan la conciencia, ahora… a seguir con la pantomima!», pensó.

***

Este texto es producto de una construcción colectiva dentro de un proyecto de integración curricular, denominado “Gestión del aprendizaje basado en problemas en la Institución Educativa Francisco De Paula Santander” y de algunos integrantes de la comunidad educativa: Dahiana Añazco, Carlos Mario Sepúlveda C., Valentina Cárdenas Serrato, Édgar Barrios, Luis Eduardo Rosas Buchelli, Aníbal Morales y Fernando Puerto. Mis sinceros agradecimientos a ellos.

Nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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